Ya sus bocas no se miraban, sólo se respondían rápido hasta callar a la otra. Como si todo fuera algo horrible que se debía dejar pasar. Los roces previos eran el envión, sólo lo necesario, para saltar algún pozo oscuro, lleno de algo que los atrapaba cada vez más en la distancia, los hacia sentirse ajenos. Cada cual en su mundo arañando las sabanas, ella ya no firmaba su cuerpo como suyo, ya ni le interesaba.
Los cuerpos violentos, casi inocentes, inexpertos llevados por la comodidad que era tenerse mutuamente, dejaban marcas en las sabanas. Sólo en las sabanas, ya no en las paredes, ni en la cocina, el ascensor, la boda del primo, y cuanto lugar fue testigo de algo ya vencido.
Nadie sabe como ni porque pero todos saben recorrer los pasos a la rutina, a ese eterno retorno de lo que paso ayer.
En lo oscuro del cuarto, su remera apenas levantada y la ropa al alcance de la mano, no para huir, sino para tomarla rápido, usarla y poder aparentar que acá no paso nada. Que molesto era todo en ese cuarto, aquel paisaje pintado quería huir “¡Alguien quémeme!” parecía gritar, ni las fotos querían estar ahí, las cortinas, ellos, todos querían escapar de ese cuarto.
¿Y por que no hacerlo?
Por la noche invadía la pregunta y la curiosidad, el hartazgo. Eso, el hartazgo parecía adueñarse de ellos, como al chico asqueado de alguna verdura verde, pálida y emanando vapores, que se le revuelve el estomago con sólo pensarlo y sólo quiere lanzar el plato al suelo, así era el hartazgo. La sensación de alejarse, de probar otra cosa, de ver que más hay en el menú.
En esos momentos se era atrevido contra el destino, con la noche no hay dudas, con la noche se prenden las calles y vemos los faros guiándonos. Con la noche ellos ocultaban su rostro y se mentían bajo la inmunidad de un corazón ciego.
Pero para el final llegaba lo complicado, lo complejo.
Quien haya sentido el peso de un cuerpo en su colchón, por más que le de la espalda, sabrá de lo que se esta hablando. Como al acostumbrarse a esa sensación, en cuanto nos falta nos invade la idea de que si nos volteamos un abismo vamos a encontrar. Como la respiración del otro ser parece filtrarse en el colchón y lo fácil que es sentir otro calor con sólo extender las manos, lo cómodo.
Allí la respuesta, allí, cuando la pregunta se hace más dura, más filosa, la necesidad más grande. Saber de esa alarma que espanta la sensación de soledad es lo que hace a la pregunta complicada.